“Qué ciertas, en su calma,
las cosas como son, que son, y basta!.”
Gabriel Celaya.
Amo las cosas sobre todos los dioses,
su abismo convexo,
su desnudez sosegada.
Amo las cosas igual que a los hombres,
su palabra tan honda,
su revelada calma.
Amo las cosas
y basta.
Pero pienso, y siento, y por eso
a veces
me duele el alma.
Me duele este cielo,
su inquina estancada.
Me duelen tejados
de sangre enconada.
Me duelen paredes
que encubren distancias.
Y me escapo
y de pronto
me duelen farolas,
su luz ilusoria.
Es triste:
soy sombra
y su luz no me mata.
Y me duele este asfalto.
Me duele esta alfombra
insensible que olvida
el furor de mis pasos.
Y contradigo semáforos,
y me pierdo entre coches,
y espanto palomas,
y escupo en la ría…
Y me duele.
Qué absurda esta ilusa
pretensión de pazguato!
Pero amo
las cosas ,
- ¡las amo! -,
y sin embargo
no es tan simple,
no basta,
porque pienso, y siento, y muero
y por eso
me duele el alma.
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